Anna Bardiovska, un puente histórico de carne y hueso

[Crónica publicada el 27-12-2007, con motivo de la ampliación del espacio Schengen]Anna Bardiovska nació en 1915 en Bratislava, cuando la hoy capital de Eslovaquia aún era parte del Imperio Austrohúngaro. Aunque su lengua materna fue el eslovaco, en la calle sus juegos también se desarrollaron en húngaro y en alemán.

Desde el centro de Bratislava hasta la frontera con Hungría, en el sur, hay menos de 10 minutos en coche. Lo mismo sucede con la frontera con Austria. Devín está un poco más lejos, a unos 20 minutos, y allí el río Morava, en su confluencia con el Danubio, hace de separación natural entre Austria, la República Checa y la República Eslovaca.

Anna Bardiovska vivió dos guerras mundiales. Durante la segunda de ellas tuvo a sus dos hijas, que se criaron ya en la Checoslovaquia que quedó bajo el área de influencia rusa. Ambas hablan a la perfección su eslovaco materno y un checo adquirido de forma natural. El alemán lo entienden pero su habla la han ido perdiendo, al tiempo que fueron cambiando el húngaro callejero de su madre por las nociones de ruso obligatorias.

Una de las nietas de Anna aún no había cumplido 18 años cuando participó en 1989 en la histórica marcha en la que miles de personas celebraron la caída del Telón de Acero cortando la alambrada de espinos de la frontera austriaca de Berg.

Tanto ella como su hermana y primos son capaces aún hoy de cantar la Internacional en ruso, de entonar el himno soviético sin vacilar y de recitar y de entender, más o menos, el idioma de los ‘queridos’ camaradas de la URSS, que debían aprender en las escuelas. Sin embargo, sus nociones de alemán y de húngaro se reducen a palabras sueltas.

La apertura al oeste del país supuso que los ahorros de toda la vida de Anna fueran engullidos en dos días por una monstruosa inflación. Sus 60 años ininterrumpidos como operaria de la fábrica de neumáticos ‘Matador’ de Bratislava no le dieron ni para comprarse esa lavadora que hoy en día sigue sin tener.

En 1993, cuatro años más tarde, Chequia y Eslovaquia se partieron amistosamente en dos. Eslovacos, que no checoslovacos ya, fue como nacieron los primeros biznietos de Anna, a los que hoy les cuesta entender checo y estudian inglés.

En 2004 Eslovaquia entró a formar parte de la Unión Europea junto a otros 9 países y este pasado 21 de diciembre esta joven república ha pasado a ser miembro del espacio europeo sin fronteras de Schengen, otro hito histórico que la vuelve a situar en el centro de Europa, lugar que geográficamente jamás abandonó.

A la nonagenaria Anna los últimos acontecimientos políticos le importan bien poco y no creo que piense que ella es un puente de carne y hueso entre algo tan antiguo como el Imperio Austrohúngaro y tan moderno como la UE; ni que simboliza a la perfección lo que fue un espacio sin barreras que tras décadas dividido se ha desprendido de cuanta faja asfixiante vistió.

Ella hace equilibrios para llegar a fin de mes con su modesta pensión en su austero y muy soviético apartamento de Petrzalka, cuyo precio se ha multiplicado no menos de un 300%, sin ella saberlo, en los últimos cuatro años.

En 2009 aún le espera el euro, moneda que adoptará más que probablemente Eslovaquia dentro de un año, completando así su integración en la UE. De hecho, desde el verano pasado algunas grandes tiendas de las principales ciudades del país lo aceptan ya como forma de pago.

La historia de Anna es la historia de ese corazón de Europa, contada muy por encima, por el que hoy se puede pasear sin necesidad de mostrar obligatoriamente el pasaporte a nadie y sin tener que dar explicaciones de idas y venidas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario